Por Ramón Portilla, HumanX Insights E n mi memoria de infancia, diciembre siempre tuvo un brillo especial. La Ciudad de Méxi- co se vestía de luces: la Ala- meda Central con sus árboles iluminados, los Santa Claus listos para las fotografías, el aroma de los buñuelos recién hechos y el ponche caliente de las posadas, la música de esos villancicos entonan- do “los peces en el río…” que acompañaba el ir y venir de las familias. Pero para mí, la verdadera magia estaba en un lugar muy concreto: La Tienda, como llamábamos en casa al negocio de mis padres, El Cordobán, en la legendaria calle 16 de Septiembre. Sobra decir que, en retail, diciembre era el mes más cansado, pero también el más alegre. Yo iba todos los días a ayudar; abríamos los siete días de la semana. De lo que más disfrutaba era atender a los clientes que entraban muy tarde, cerca de las nueve y media de la noche, cuando éramos li- teralmente la única tienda abierta… porque mi madre decía: “¡La cortina no se baja hasta que no haya nadie más!” Confieso que envolver regalos era una de mis ha- bilidades principales, y lo aprendí de mi padre, que me enseñó a hacerlo con es- mero porque decía que cada regalo de El Cordobán debía recordarse siempre. También recuerdo las noches al cierre, cuando ayudaba a mi papá con el corte de caja. Comparába- “La Tienda”: Una historia de familia, magia y tradición Mi mamá y mi hija Paulina en uno de los aparadores de La Tienda, o mejor dicho El Cordobán. INDUSTRIA ALIMENTOS mos las ventas contra el año anterior, con una mezcla de nervios y emoción. Y otra de mis memorias favoritas era el 24 de diciembre, al cerrar la tienda: mis padres reu- nían a los empleados y les entregaban gratificaciones. No era solo dinero extra: era gratitud sincera por tan- tas horas de trabajo. Desde niño aprendí que el motor del retail son las personas que es- tán contigo día y noche, y que sin ellos, nada es posible. Había algo más en la ma- nera en que mis padres en- tendían la Navidad en La Tienda: teníamos que hacer algo por alguien más. Por eso, había una pequeña caji- ta sobre el mostrador donde se reunían donativos para un orfanato de monjitas. Yo esperaba con ilusión la víspera de Navidad, cuan- do abríamos la caja y con- tábamos lo reunido. No era mucho, pero sí suficiente para recordar que el retail también tiene esa labor de comunidad. Y sí, siempre dábamos gracias a Dios. La vida cambió de golpe con la muerte repentina de mi papá. Fue mi madre quien quedó a cargo de La Tienda. Admiré su fortale- za: con temple y corazón mantuvo vivo el negocio y el espíritu que lo rodeaba. Cuando ya era mayor, yo iba a ayudarla siempre que po- día, y con frecuencia llevaba a mi hija Paulina. Hoy, mirando hacia atrás, entiendo que La Tienda no fue solo un negocio. Fue una escuela de vida. Me en- señó que el retail es familia, es gratitud, es comunidad. Que cada temporada de- cembrina no solo se mide en ventas, sino en recuerdos compartidos, en tradiciones preservadas y en la magia que regalamos a quienes cruzan nuestras puertas. Por eso creo que el retail hispano tiene una respon- sabilidad única en Navidad: hacer sentir a cada cliente que está en casa, cuidar a cada empleado como par- te de la familia y mantener vivas nuestras tradiciones con colores, aromas y sa- bores que nos conectan con nuestra historia. Porque al final, la verda- dera magia de la Navidad no está en lo que vendemos, sino en lo que hacemos sentir. 68 NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2025 ABASTO.COM La Alameda era de mis lugares favoritos, aquí con mis hermanas.
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